Descripción
En 1983, aquel Big Bang de la New Wave Of British Heavy Metal seguía en su onda expansiva transmutando lo hard en heavy a su paso, a la vez que otras fuerzas diferentes sufrían su propia metamorfosis al ser tocadas por ella, surgiendo así, y con cada vez más independencia, el Thrash Metal. Aquel proceso de transición que se vivió en la escena, en plena fusión fue capturado para siempre en un caldo de cultivo que aún puede ser estudiado, ubicado en el primer trabajo de una banda, que a día de hoy, es considerada como uno de los pilares fundamentales de aquel subgénero por entonces naciente… Estoy hablando de los míticos Slayer, con su obra debut Show no mercy.
En el mismo año en que los también debutantes Metallica lanzaran su Kill ‘Em All, otros cuatro jóvenes jinetes probaban suerte bajo el amparo del legendario sello Metal Blade, que les brindó la oportunidad de saltar a la escena tras haber sido descubiertos por el fundador del sello, Brian Slagel, durante uno de los conciertos que dieron, donde versionaban clásicos de Iron Maiden y Judas Priest (influencia innegable). Ya firmado el contrato discográfico, la banda entró a grabar su debut, un disco que tuvo que ser autofinanciado por el grupo, por lo que el chileno Tom Araya (bajo y voz) tuvo que gastar en él las ganancias que obtuvo dando ‘terapias respiratorias’ (ya comprendo su capacidad para vociferar tales parrafadas casi sin respirar), sin olvidar la aportación de Kerry King (guitarra) con el dinero que le prestó su padre (criaturita ^_^).
Se dice que el álbum fue grabado en tan sólo 8 horas (desde las 11:00 de la noche a las 7:00 de la mañana), para acortar los costes del estudio, explicándose así la paupérrima calidad sonora y la apresurada producción, que no silenció esos momentos en los que las guitarras, ya enchufadas, se le escapaban ciertos balbuceos antes de entrar en acción, detalles que más que negativos, le dan a este álbum un grato toque de autenticidad, un trabajo orgánico de 4 chicos que estaban deseando mostrar su poder al prójimo, esperando impacientes instrumentos en ristre la señal del de la mesa de mezclas. El resultado no dejó a nadie indiferente, diez asaltos supersónicos que, tal y como rezó en su título, no mostraron clemencia…
A nuestra siniestra, un endiablado riff nos taladra presto y solitario, no tardando en venir los refuerzos por parte del resto de instrumentos, que marcan como a latigazos los acentos de ese riff hasta que estalla en estampida este primer corte en toda su expresión de agresión, encabezada la avalancha por ese grito de Araya, su primer grito al Mundo, con su ya tan suya trayectoria de agudo a gutural cual bomba caída del cielo.
En Evil Has No Boundaries hierve el espectro de Venom, que se hace más tangible aún cuando entra al ataque Araya con su texto. Así se nos presenta, sin vacilaciones, directo a la yugular, haciéndonos vivir por primera vez en las carnes los ciclónicos solos del dúo de hachas Hanneman/King, que ya alternaban su hipersónica e histriónica digitación a lo largo del mástil con buenas dosis de barra de trémolo, pero notándose aún esa raíz clásica con la que todavía mantenían un bello equilibrio entre el Jekyll y el Hyde del lead break, en pleno proceso innovador hacia la futura energumenancia que ya aquí sentimos nacer, brillante e hiriente como la muñequera de clavos del gigante Kerry King.
Estribillo potente, efectivo, y muy evocador de esa época de eclosión del Thrash, con esos “Evil!” coreados con furia y desdén, en los que contamos, como dato curioso, con la colaboración de Gene Hoglan a las voces, que por aquel entonces era roadie de la banda y hacía tanto de ingeniero de luces como de encargado en la puesta a punto de la batería de Lombardo en las pruebas de sonido, instrumento con el que luego este hombre se convirtió en un reputado músico que ingresaría en bandas míticas como Dark Angel, Death o Testament entre otros, llegando a ser conocido con el alias de “El Reloj Atómico”, por su velocidad y gran técnica con el doble bombo. Parece mentira que aquel roadie que se apuntó a berrear ese estribillo tomara tal trayectoria musical en el futuro. He ahí ese dato curioso.
El primer clásico de la banda ya aparece aquí como segundo corte, presentándose con su nervioso riff bajo el nombre de The Antichrist. Su adictivo empuje, vacilón a la vez que hostil, nos embelesa pero a base de apretar los puños a su son, con esa métrica en el primer verso tan parecida a la de aquel Screaming For Vengeance de Priest que ya cumplía un año en el Mundo, seguida de ese bestial estribillo (”I am the Antichrist…”) donde el vocalista y bajista afila a la vez que oxida su voz en su vigorosa autoproclama infernal. La labor de los solos es repartida magistralmente, empezando el joven Kerry King a quemar su púa con su ya patentada rúbrica, para luego tomar el relevo un Hanneman algo más emotivo que su compañero de armas, pero con un ‘caos controlado’ que recuerda a las maneras de Dave Murray en los primeros trabajos de la Doncella. Final apoteósico, con Araya echando los restos en el último estribillo, batallando a golpe de falsetto hasta que Lombardo nos ametralla con cuatro ráfagas de redoble de caja a las que se ciñen las guitarras como segunda piel, hasta darnos la banda el certero tiro de gracia al unísono, entre ceja y ceja. ”Eternally my soul will rot…”
Otro de los temas estelares del disco llega, y ni que decir tiene que es otro de los early classics de la banda, canción cuyo estribillo tengo grabado a fuego en mi cerebro, y con mucho gusto: Die By The Sword…
Repitiendo su fórmula protocolaria para preludios, la primera guitarra traza el riff mientras la segunda, amparada por la percusión, machaca intermitente hasta que rompe presto este jugoso fruto temprano del Thrash, con una veloz estructura del verso que da paso luego al efectivo contraste que da el estribillo, que cambia de súbito el contexto de la canción ralentizándola levemente, pero con una contundencia y un muy marcado ritmo que para nada estropea la inercia que iba llevando el tema, soltando Araya desafiante su ”Die by the sword!” en mitad del forzudo y apabullante oleaje que moldean los instrumentos, con ese insistente riff punteado en mute que contonea la canción de forma contagiosa, incitando al headbanging con autoritarismo. Colosal.
Recuerdo cuando descubrí esta canción con un colega, nos fascinó tanto su estribillo que cuando estábamos en medio de una conversación y nos quedábamos callados, uno de los dos saltaba de pronto con un “Die by the sword!” (más bien un “Dai-Bai-De-Sooo!”, como queriendo frenar a un potro) a modo de chiste para romper el hielo. Sí, estamos algo colgados, nos entró esa tercera pista a modo de gusano en nuestros respectivos cerebros, convirtiéndonos ya en vehementes acólitos del cuarteto de Los Angeles.
También es digno de mencionar ese demoledor pasaje que nace tras el segundo estribillo [1:10], avanzando con más parsimonia pero decidido y temerario, como un tanque sobre el que luego gruñirá Araya su letra mientras relincha esa envolvente guitarra que nos acosa como una hiena. En esa parte parece que se asoma a saludarnos el alma de Angel Of Death, que desde el Infierno esperó tres años para su encarnación. Tras ese riff-panzer surge un tétrico bucle melódico [1:56], presentado por la perversa risa del vocalista para alzarse como un elemento muy significativo y decisivo de ese subgénero del acero. ”And listen for the steel…”
Los asaltos continúan… La locomotora letal de Fight ‘Till Death nos arrolla, con ese paso al solo al estilo Cronos que da el cantante (”To reign in Hell!”) y ese trabajo monumental de Dave Lombardo a las baquetas, forjando aquí su status de maestro en su disciplina. Lo siguen los siameses Metal Storm/Face The Slayer, el corte de más metraje del álbum, donde se empiezan a notar más las influencias NWOBHM, siendo esa ‘Tormenta de Metal’ una intro instrumental que por su sofisticación, robustez y pompa se siente muy cercana al también recién nacido Piece Of Mind de Iron Maiden, siendo una especie de Where Eagles Dare más demonizado (”Where Evils Dare”?), para luego tomar el mando el colérico Face The Slayer a toda máquina, persiguiéndonos hacha en mano a través de una neblinosa noche hasta perdernos en su eterno laberinto, bajo el frío de una gélida estrella, como reza su letra.
La pista sexta marca la llegada de otro clásico, Black Magic, donde se va aproximando en creciente volumen un salvaje y monótono riffeo, siguiendo el raudo compás de esa serpiente de cascabel que encarna el juego de charles que tan pertinaz tamborilea Lombardo, para luego sentir el palpitar del bajo de Araya como un negro corazón en el centro de la macabra escena, latido con el que termina de despertar el riff inicial para revelarnos su mensaje completo, al son de ese aún incesante traqueteo de los platillos de Dave… Una ceremoniosa fórmula de acecho instrumental que acabaría convirtiéndose en célebre e inconfundible firma de la banda, antesala idónea tal ritual para luego el grupo lanzarse a nuestro cuello a la velocidad del guepardo. Caballeros, esto sí que es Thrash Metal, ya definitivamente desarraigado de ese clasicismo que en pequeñas dosis nutría a las anteriores pistas… Aquí ya se muestran Slayer con toda su naturaleza y personalidad definidas.
”Cursed, Black Magic night…”
Tom Araya nos intimida entonando su siniestra poesía, aureolado por un reverb que a parte de ser el embrión ambiental que gestaría a un futuro Hell Awaits, es el acertado efecto que intensifica las turbulencias de este reactor hecho música, que nos lleva a una vertiginosa vorágine de riffs asesinos que son todo un manjar para todo aquel que ame el Thrash y quiera conocer uno de los instantes clave en los que brotó ya con toda su identidad formada, ya como un subgénero propio. Un tesoro estos 4 minutos, minutos cruciales en la vida de esta rama del Metal, que tan bien supo defender el grupo… a capa y espada, nunca mejor dicho, si le echamos un vistazo al artwork.
Escuchando una pieza de tal calibre y distinción como esta ’Magia Negra’ que nos conjura la banda, resulta increíble que tal pieza de tan temerarias y respetables facciones fuera presentada con una portada tan infantiloide, torpemente ejecutada y como coloreada con rotuladores marca Carioca, presentado este álbum como un caramelo con veneno en su núcleo, pese a las claras connotaciones satánicas que tenga el diseño en sí, que son innegables. Ello nos traslada al principio de una década en el que tampoco el primer Eddie que esbozó Derek Riggs resultó muy agraciado, inaugurando el debut de Iron Maiden con su cara de “YoPorQué?”, pero manteniendo ambos, el Diablo y el célebre zombie, un espíritu realmente entrañable y fielmente evocador de los albores de un glorioso decenio para la música, lleno de jóvenes promesas que con pocos medios vehicularon su magia hacia nosotros.
Tras los cuatro minutos intensos del magno engendro de Black Magic, entra Tormentor retomando el halo heavy que quedó aparcado, con un solemne preludio instrumental seguido de una frenética melodía maidenesca que acelera el tema hasta posarse sobre nosotros el riff que remolcará al verso, un riff potente con una chulesca coletilla melódica, ornamento que remata la prieta conjunción de acordes que vertebra a este genial riff, uno de los más contagiosos de toda la obra.
Llega The Final Command, el corte más breve del álbum, que cumpliendo el término táctico Blitzkrieg (‘Guerra relámpago’ en alemán) ubicado en su letra, en dos minutos y medio se despacha como una bala, anunciado por una alocada melodía que tanto en composición como en ‘posición’ nos sabe a Transylvania de Maiden, pero corrompido por las negras artes del cuarteto americano, sirviendo como de recarga de batería para que luego salga el tema disparado en una suerte de barrocos riffs y hostiles trabalenguas que quitan el hipo. Memorables las guitarras dobladas de Hanneman y King en los solos, alzando entre los dos un virulento arrecife de notas de una efervescencia cáustica.
En este tema ya la banda hace referencia al nazismo por primera vez, sin que tengamos que esperar a que en 1986 escribieran ese polémico Angel Of Death (su clásico de clásicos) con el que muchos los tacharon de nazis. A parte de que nunca hicieron apología del Holocausto en sus letras y que siempre negaron en sus entrevistas tales ideales, yo creo que es bastante difícil formar un grupo nazi con un chileno (Araya) y un cubano (Lombardo) entre sus miembros, es una cuestión de sentido común, ¿no creen?. Bien, caso cerrado, pues no hay por dónde agarrarlo.
Musicalmente, Crionics sigue las pautas de la anterior, aunque algo más sobria que la imperativa e hiperactiva ‘Última Orden’ que ya hemos dejado atrás. La influencia de las primeras obras de Steve Harris recaen aquí con misma fuerza, en un trabajo de guitarra del que no paran de borbotear magníficos riffs de gran melodía y complejidad, una labor muy refinada que nos hace pensar en la riqueza de matices que encierra este álbum, pese a su agresiva y certera apariencia general.
Por último, el tema-título cierra esta ceremonia deci-bélica, Dave Lombardo nos bombardea con un salvaje redoblar de su kit para luego emprender solitario un presto sendero rítm
ico al que no tardan en unírsele el resto de artilleros raspando bordones, dando vida a Show No Mercy, otro misil antiaéreo de ceñidos riffs e hirientes solos, con un estribillo más cordial por su pegadizo soniquete, algo más amable que el resto de estructuras. Después de los solos, las guitarras se vuelven cada vez más incisivas hasta que, después de un más dentado verso seguido del estribillo final, este misil ríffico acaba colisionando, esparciendo su metralla a modo de persistentes tintineos de platillos que hacen de bóveda sobre los estertóreos armónicos de las guitarras, dando fin así la banda a su obra debut. Ya podemos salir de las trincheras.
Las ventas de este disco dieron buenos frutos, más de 40.000 copias en todo el Mundo, ubicado el 50% en Estados Unidos, por lo que el fenómeno Slayer se expandió con toda su fuerza y temeridad, naciendo un nuevo icono al que dar culto.
Show No Mercy fue sólo el principio, aquello sólo fue el comienzo de una infernal pero grata travesía de la que aún nos quedaban históricos eventos por vivir, como escuchar al Infierno en su espera, experimentar una lluvia de sangre legendaria o viajar al Sur del Cielo, para luego descubrir que existen estaciones en el Abismo tales como el crudo otoño en el que nació este disco.
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