Descripción
Pink Floyd nos ofreceun disco cargado de magia con momentos cumbres: «»High hopes»», que se marcaba como el «»Echoes»» de los noventa, «»What do you want from me»» o «»Take it back»».
Dicen que cuando el cisne canta, es que está próxima su muerte. Aunque si bien se ha demostrado que únicamente emite una especie de ronquido sordo, existe el mito de que esta ave nos obsequia con un bello canto, en cuanto percibe la sombra de la parca. De ahí que normalmente se aluda a ello para designar la última obra de una persona o de un grupo.
Y en el caso que aquí nos ocupa, ese canto no pudo ser más bello. Pink Floyd, GENIOS de entre los GENIOS, tras prácticamente treinta años de existencia y, con éste, catorce álbumes de estudio, ponían punto y final a su carrera. Es posible que en su día no fuera esa su intención, pero una vez escuchado el disco aquí reseñado, nos quedamos con la sensación de que el fin acabaría llegando pronto.
Volvieron a contar David Gilmour y Nick Mason con el que fuera su compañero siempre, el teclista Richard Wright, esta vez ya no como asalariado, sino como miembro oficial y activo del grupo. Así como con Polly Samson (esposa de Gilmour) en muchas de las letras y nuevamente con el gran Storm Thorgerson haciéndose cargo de la portada.
Dos cabezas enfrentadas y, a la vez formando una tercera, bajo las que podemos ver el nombre de la banda junto al título de este último larga duración: The Division Bell. Alusión a la campana que anuncia las votaciones en el parlamento británico y con un tema de fondo presente en gran parte del disco como es el de la comunicación humana. Todo ello envuelto en un tono nostálgico que ya hacía presagiar que ese iba a ser su último cartucho. Un toque meláncolico, épico y hermoso con el que Gilmour y compañía, casi nos anunciaban su despedida. Aunque eso, por el momento, no dejan de ser más que suposiciones e hipótesis del que aquí escribe y, probablemente, también de más gente adicta a los efluvios de estos dinosaurios del rock.
Porque no hay más que escuchar la instrumental “Cluster One“ que abre este notable álbum, para que se nos vengan a la memoria tiempos pasados, bonitos recuerdos y épocas de gloria ya lejanas. Y que, en cierta manera, son traídas aquí de nuevo.
Sobre todo al volver a ver a Richard Wright como compositor adjunto en tres temas, y como absoluto en la parte musical de “Wearing The Inside Out“, además de como vocalista en ella también. Inevitablemente nos acordamos del lejano “Summer ‘68“, o de sus últimas aportaciones vocales en “Us And Them“ al escuchar el saxo de Dick Parry dando comienzo a este corte. El mismo que también colaboró en su última aportación compositiva hasta la fecha, la magistral “Shine On You Crazy Diamond“. Sinceramente, no puede ser más gratificante oír de nuevo la inconfundible voz de Wright, acompañada por la de todos los miembros del coro mientras la guitarra de Gilmour se desliza suavemente al fondo.
Algo similar (en cuestiones de añoranza) ocurre con “Marooned“, una instrumental a la vieja usanza, con David Gilmour deleitándonos nuevamente a las seis cuerdas durante la pieza entera. Ejecutando un improvisado solo que logra colocarla (o casi), junto a otras míticas de la talla de “One Of These Days“, por citar una, si es que tal comparación es posible.
Magnífico también está Gilmour en “What Do You Want From Me“, enseñando su lado más agresivo tanto en la voz como en los solos. Dejándonos en este tema, unos de los mejores de este álbum.
De corte más comercial son “Take It Back“ y “Coming Back To Life“, sin que esto suponga inconveniente alguno, sino más bien todo lo contrario. Y es que tanto la melodía de la primera, como el pegadizo ritmo que adquiere la segunda en el momento en que aparecen todos los instrumentos, hacen de estos dos cortes, los más “animados“ de esta última obra de los británicos. En la que también nos encontramos con “Keep Talking“, la cual luce una perfección técnica tanto en la parte instrumental como en la coral. Y en la que se incluye además, la voz samplerizada de Stephen Hawking y un más que acertado efecto “talk box“ de guitarra hacia el final de la misma.
“Poles Apart“, con sus toques folk y haciendo alusión a los antiguos miembros Syd Barret y Roger Waters; “Lost For Words“ y su belleza acústica; “A Great Day For Freedom“, ese emotivo canto sobre las supuestas libertades del extinto bloque del este europeo… Todas ellas no pueden estar más bellamente escritas e interpretadas, contando con un David Gilmour cantando cuidadosamente, como si el tiempo no pasase para él.
Y sobre las mismas, una vez más, ese halo de nostalgia y sensación de pólvora quemada, que no hace más que alimentar todas nuestras sospechas de que esto se acaba.
Nunca sabremos si hubo o no opciones reales de que nos obsequiasen con otro disco de estudio. Si bien el propio Wright hizo entender allá por el año 96 que tenían dispuesto volver a juntarse para grabar un nuevo trabajo, tal cosa no llegó a producirse. Y aunque se reunieron todos (Waters incluído) para el Live 8 2005, la muerte de Rick tres años después, hizo que esa vuelta a la carga se esfumara por completo. Por suerte para nosotros, tras este “The Division Bell“, nos ofrecieron el majestuoso directo “Pulse“ a modo de epílogo, además de la remasterización de todas sus obras en diversas reediciones.
Es cierto que este álbum dista de auténticas joyas como “The Dark Side Of The Moon“, “Wish You Were Here“ o “The Wall“. Incluso no llegue al nivel de otros como “Animals“ (al que guardo un cariño especial), o el desconcertante en su primera escucha a la par que genial se mire por donde se mire, “The Piper At The Gates Of Dawn“. Pero desde luego, con composiciones como la que he querido dejar para el final, consigue ser un sensacional colofón a su casi inmaculada y más que soberbia trayectoria.
Porque “High Hopes“, es sin lugar a dudas, la última master piece que nos brindaron aquí los británicos y con la que cierran su última obra. Sólamente hay que escuchar las primeras notas a cargo de Richard Wright, perfectamente sincronizadas con el redoble de campanas que se incluye, para que nos demos cuenta de lo que nos espera. Con una letra más que premonitoria de lo que vendría después y cuyas frases finales dejaré sin más comentarios, como cierre de esta reseña, a la que tan sólo le resta el tema cornamental. Que si bien el corazón me pide a gritos que le cuelgue 5 cuernos por razones de emoción, sentimiento y retrospectiva general de una de las más grandes bandas de nuestro tiempo, la cabeza me dice que le calce los 4 cuernos que realmente se merece.
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