Descripción
Tal vez sea Still Crazy After All These Years el álbum más maduro y homogéneo, desde el punto de vista musical, de la carrera discográfica, hasta entonces, de Paul Simon, pero, al mismo tiempo, quizá sea también el más amargo, sólo comparable a la suite de canciones que ocupaba la cara A del álbum Bookends.
Es sabido que sobre las letras del disco -magníficas de la primera a la última- planea la sombra de una experiencia autobiográfica frustrante (la reciente ruptura de su primer matrimonio), lo cual serviría para explicar no sólo la profunda desolación que esas letras transmiten, sino también las abundantes alusiones al fracaso amoroso o a un estado de ánimo melancólico-depresivo. En este sentido, «I do it for your love» contiene la letra más autobiográfica del álbum, una de las más bellas jamás escritas por el neoyorquino. Alimentan a este texto hermosas imágenes surrealistas y oníricas que describen el proceso de disolución del amor, del mismo modo que destiñen los vivos colores de una alfombra. El problema amoroso constituye en Simon uno de los elementos esenciales de su reflexión general sobre el hombre, que se concentra, básicamente, en una serie de conceptos (el ser y el parecer, la razón y la locura, el problema de la libertad), tratados desde un punto de vista irónico o ambivalente. Por todo ello, no dudamos en ver en el Simon de su segunda época a un artista de raíz barroca que, por medio del enfoque irónico, consigue evitar toda crispación dramática ante la realidad, apostando por la sonrisa liberadora y, cuando no, sencillamente, por el gesto serio y contenido.
A propósito del tema amoroso, canciones como «50 ways to leave your lover» o «You’re kind» coinciden en plantear el problema de la libertad en el ámbito de las relaciones de pareja. Sin embargo, Simon -tan descreído en los héroes- presenta a personajes tan cínicos, arbitrarios o egoístas que haríamos mal confiando ciegamente en sus palabras. Así, el protagonista de «50 ways to leave your lover», quien se presenta a sí mismo como atrapado en una relación amorosa (tal vez un matrimonio aburrido), no parece pretender sino los favores de su confidente femenina, una chica sin escrúpulos, lo cual consigue con creces. Curiosamente, el encuentro amoroso entre ambos se plantea en términos laterales y humorísticos, semejantes a los de «Duncan», para cuyo pícaro protagonista la chica predicadora se convertía en un irónico «camino de salvación».
Ambiguo y cínico es el protagonista de «You’re kind», un individuo que, a cambio de amabilidad y cariño, sólo es capaz de devolver desprecio, escudándose en una supuesta necesidad de libertad, y cuyas arbitrarias razones expone sin rubor:
I’m gonna leave you now
and here’s the reason why:
I like to sleep with the window open
and you keep the window closed,
so goodbye, goodbye, goodbye.
(«Voy a dejarte ya/ y he aquí por qué:/ A mí me gusta dormir con la ventana abierta/
y tú dejas la ventana cerrada,/ así qie adiós, adiós, adiós»)
El reencuentro de dos antiguos amantes ocupa los primeros versos de la canción que da título al álbum, y sirve de punto de partida para ahondar en el terreno más íntimo de la personalidad del protagonista. La letra es esencialmente autobiográfica, no tanto en los hechos y situaciones que se narran cuanto en la indagación del mundo afectivo y espiritual del propio autor, prolongando, de este modo, los ecos de canciones como «I am a rock», «Congratulations», «Paranoia blues» o «Something so right». La introversión del sujeto y sus dificultades de comunicación, las problemáticas relaciones sociales, los límites entre la cordura y la locura son aspectos tratados aquí de modo magistral, con un punto de ironía. El estribillo, que repite el título de la canción, carece absolutamente de retórica y autocomplacencia, si bien, con el paso de los años, ha acabado convirtiéndose, entre los seguidores del neoyorquino, en una especie de guiño nostálgico hacia Simon («Still crazy…») y su dilatada carrera musical («…after all these years»).
En este contexto, «Gone at last» supone una isla de esperanza y optimismo, un canto alegre a los tiempos venideros, intentando, sencillamente, dejar atrás una etapa de mala racha personal. De todas formas, el nivel de escritura, brillante e incisivo a lo largo de todo el álbum, decae en esta canción, aun manteniendo una encomiable economía de medios expresivos.
En la excelente letra de «Have a good time, auténtico cruce de caminos en la carrera discográfica de Simon, se combinan, con grandes dosis de ironía, la crítica al «american way of life», al consumismo y a la decadencia ideológica, sintetizado todo ello en la personalidad desequilibrada, aunque lúcida y escéptica, del narrador-protagonista. El tema, escrito en principio para la banda sonora de la película «Shampoo» (Hal Ashby, 1975), se nos revela absolutamente fundamental para comprender la personalidad de Simon como escritor.
Basada en una experiencia real, pero ajena, Simon escribió la soberbia y sombría letra de «My little town». Reaparecen aquí, intensificadas, las críticas al progreso industrial y la temática de la huida, que habían caracterizado a trabajos anteriores del neoyorquino, como «Duncan» o «Papa Hobo»; no obstante, Simon, en esta ocasión, carga las tintas en el ambiente de miseria y decadencia, simbolizados en las fábricas, la «sucia brisa» o el arco iris cuyo único color es el negro. El estribillo, finalmente, resulta devastador:
Nothing but the dead and dying
back in my little town
(«No quedaban más que muertos y moribundos/ allí en mi pueblo»)
Sin embargo, no conviene olvidar la hermosa imagen de ternura que se desliza, subrepticiamente, en el texto («my mom doing the laundry») y la magistral alusión religiosa, con esa dura y poderosa imagen del Dios bíblico que da pie, una vez más, al típico humor judío del neoyorquino:
In my little town I grew up believing
God keeps his eye on us all,
and He used to lean upon me
as I pledged the allegiance to the wall.
(«En mi pueblo crecí creyendo/que el ojo de Dios nos vigila a todos/
y que El confiaba en mí/ cuando le prometía fidelidad de cara a la pared»).
La preocupación espiritual o religiosa aparece bien representada en los textos de este álbum. Además de posar por un instante su mirada en el Dios antiguo, el Dios de la Alianza, la reflexión de Simon también alcanza el tema de la espiritualidad judía, como ocurre en la concisa y extraordinariamente sugerente «Silent eyes», cuyos ecos bíblicos (el sol del desierto, los ojos silenciosos, la llama ardiendo, el lecho de piedras) ha sabido condensar de modo magistral el neoyorquino. Simon convierte a Jerusalén en el símbolo de esta reflexión espiritual, donde se concentran, al mismo tiempo, el ser del pueblo judío y la historia del propio compositor, en clave de separación y ruptura: bajo la sugerente imagen de la travesía del desierto subyacen, por un lado, dramáticas alusiones a la diáspora o al aún reciente genocidio nazi, y, por otro, a la crisis espiritual y la consiguiente pérdida de fe personales.
Jerusalén se convierte, de este modo, en su desgarrada llamada casi maternal, en el símbolo de la unidad del pueblo judío y en el símbolo de la conversión a la fe de cada uno de sus hijos:
Jerusalem weeps alone.
She is sorrow,
sorrow,
she burns like a flame
and she calls my name.
(«Jerusalén llora en soledad./ Está triste,/ triste./ Es una llama ardiente/ que grita mi nombre»).
En este contexto, los apocalípticos versos finales resultan estremecedores:
…and we shall all be caled as witnesses,
each and everyone,
to stand before the eyes of God
and speak what was done.
(«…todos seremos citados como testigos;/ todos y cada uno de nosotros/
compareceremos ante los ojos de Dios/ para dar testimonio de lo que pasó»).
Por otra parte, el tema religioso aparece ligado a una serena y descarnada, a un tiempo, reflexión existencial, como ocurre en la canción «Some folks lives’ roll easy», donde la figura de Dios se revela, a los ojos del escéptico Simon, como un ente lejano, inamovible, contradictorio y, en suma, indescifrable, irónicamente visto como el jefe de un negociado:
Here I am, Lord,
I’m knocking at your place of business,
I Know I ain’t got no business here,
but you said if I ever got so low
I was busted,
you could be trusted.
(«Y aquí me tienes, Señor,/llamando a la puerta de tu lugar de trabajo./
Sé que no se me ha perdido nada aquí,/ pero dijiste que, si algún día caía tan bajo/
como para sentirme solo,/ podría confiar en ti»).
Por último, Simon aborda el tema de la muerte en la dramática «Night game», trazando, mediante la descripción de un sencillo ritual funerario, un paralelismo culturalista entre las civilizaciones punteras de la Antigüedad (Roma) y del mundo moderno (Estados Unidos) a través de sus espectáculos, deportivos o sangrientos, más representativos (convertidos en emblemas mágico-religiosos de toda una civilización), y de los recintos -estadios, coliseos- que los acogen (convertidos, a su vez, en auténticos templos o altares laicos del sacrificio). Este acercamiento intelectual al tema de la muerte explicaría el frío distanciamiento de Simon ante el drama narrado. Sin embargo, el neoyorquino ha sabido introducir la pincelada emotiva, aunque con suma contención. Así, la soledad del túmulo en mitad de la noche, apenas recubierto con el uniforme del deportista, como un resto cálido de su existencia, constituye una poderosa imagen desde el punto de vista emocional. En el otro polo, bellas y líricas imágenes (la noche, la luna, las estrellas como huesos) que respiran frialdad y simbolizan, indudablemente, a la muerte.
Desde el punto de vista musical hallamos a un Simon en plena madurez y dominio de los recursos de la composición. Según apuntó en su día el crítico Stephen Holden, el neoyorquino «ha continuado describiendo y refinando texturas instrumentales evocativas, integrando distintas tradiciones musicales con la suave autoridad de un clásico americano». El álbum no presenta novedades especiales en cuanto a las fuentes de inspiración. Sin embargo, es notorio el casi abandono por parte de Simon del folk blanco -apenas perceptible en un par de temas-, en beneficio de los subgéneros de tradición negra. Así, el jazz, insinuado en momentos aislados -aunque excepcionales- de There goes Rhymin’ Simon, se convierte en el hilo conductor del nuevo álbum, ya sea elaborado directamente o integrado en otras estructuras musicales, para lo cual el neoyorquino se sirve de extraordinarios arreglistas y músicos de sesión, avezados todos ellos en el terreno del jazz, como el bajista Tony Levin, los guitarristas Hugh McCracken y Joe Beck, el batería Steve Gadd o el pianista Bob James, por citar a los más representativos. La indudable brillantez instrumental del álbum no impide constatar, como característica esencial de la carrera de Simon, el haber sabido subordinar sistemáticamente la virtuosidad individual al efecto de conjunto, en el que cada instrumento ocupa su lugar concreto sin ser desplazado por ningún otro.
Al mismo tiempo, Simon se reafirma brillantemente en la bossa-nova, el rythm and blues y, cómo no, en el gospel/soul, modalidades habitualmente presentes en los anteriores trabajos del neoyorquino, un músico serio y exigente consigo mismo, cuya preocupación fundamental siempre ha consistido en buscar un lenguaje musical propio, ecléctico y depurado a la vez, de máxima capacidad significatica, sirviéndose de los mínimos elementos expresivos.
Sumamente novedosa es la escritura del álbum, basada, por primera vez en la carrera de Simon, no en la guitarra, sino en los teclados. Las armonías están configuradas, según señala el propio compositor, a partir de la línea de bajo, fantástica en todas y cada una de las piezas del álbum. Este hecho no es casual, toda vez que Simon estudió, durante su proceso de composición, con el bajista y compositor de jazz Chuck Israels y con otro «jazzman», David Corin Solliers, a quienes, por esta razón, va dedicado el nuevo trabajo.
En «Have a good time», un tema puramente jazzístico, Simon recurre a la conocida fórmula de estrofa y estribillo, con la notable particularidad de que cada uno de los tres bloques que conforman la canción está sujeto a diferentes armonías y variaciones instrumentales. El aire desenfadado y burlón que transmiten la melodía y la voz de Simon encaja perfectamente con la ironía escéptica que, según vimos, caracterizaba a la letra de la canción. Los espléndidos arreglos de la sección de viento, obra de Dave Mathews, o las elegantísimas guitarras de Hugh McCracken y Joe Beck merecen, asimismo, ser destacados en esta magnífica grabación.
Por su parte, la canción que da título al álbum es una bella y bien trabada balada, cuya orientación jazzística se ve acentuada por el gran solo de saxo tenor, escrito e interpretado por Michael Brecker. Hay, además, en el tema interesantes cambios de acordes, influenciados por Antonio Carlos Jobim, una de las referencias básicas de Simon como compositor. Nos hallamos ante un auténtico «clásico» del neoyorquino, grabado con la Muscle Shoals Sound Rythm Section y que cuenta con los arreglos de cuerda y viento de Bob James.
También en la línea del jazz se encuentra la atractiva «Some folks lives’ roll easy», cuyo aire reposado, no exento de dramatismo, aparece subrayado por una guitarra eléctrica -a cargo, de nuevo, de Hugh McCracken- tan elocuente como sugestiva.
Canciones como «You’re kind» y «50 ways to leave your lover» -cuyas letras, como señalábamos, rebosan ambigüedad y, en último término, demuestran el cinismo, más o menos solapado, con que se expresan sus protagonistas- se sitúan en la tradición más personal de Simon: el amable empuje rítmico de ambas piezas atenúa la actitud hipócrita o miserable de estos personajes, recubriendo bajo una fachada ligera un comportamiento cruel o arbitrario. La ambigüedad, por lo tanto, no sólo reside en la elaboración de los textos, sino también, de un modo mucho más decisivo, en ese perturbador contraste entre música y letra, terreno en el que Simon se desenvuelve con absoluta maestría.
Poseen ambos temas una gran riqueza armónica. En la base jazzística de «50 ways to leave your lover», percibimos de inmediato la importancia de ese ritmo característico de marcha militar, marcado por la magnífica batería de Steve Gadd, y en la que apreciamos un claro valor connotativo: el conflicto entre hombre y mujer, expresado, humorísticamente, mediante redobles de resonancias bélicas, los cuales, además, podrían evocar la marcial retirada del marido-guerrero de ese campo de batalla en que, al parecer, se ha convertido su vida conyugal. Merece, asimismo, ser destacado el ajustado trabajo de Hugh McCracken y John Tropea con las guitarras eléctricas.
Por su parte, en «You’re kind», vigoroso rythm abnd blues, la afortunada melodía se ve favorecida por la excelente interpretación vocal de Simon y las exquisitas armonías de guitarra, a cargo de Joe Beck. Con ello, Simon logra crear una atmósfera ligera y optimista que, en última instancia, sirve para definir, por contraste, la auténtica personalidad del narrador-protagonista: un individuo cínico, ingrato y superficial que, llegada la ocasión, despacha a su pareja tan arbitaria y despreocupadamente como quien se sacude el polvo de encima.
Habíamos señalado anteriormente el origen folk de un par de canciones: «Night game» y «My little town». La primera de ellas, la fúnebre «Night game2, es una pieza sutil y delicada, cuya evocadora melodía posee un cromatismo y tonalidad sumamente fríos, en perfecta sincronía con esa atmósfera de frialdad que emana, igualmente, de su letra. Asimismo, la sobriedad instrumental refuerza la idea de la muerte como pura desnudez, hallándose tan sólo un severo bajo, la excelente armónica de Toots Thielmans y la guitara eléctrica de Simon. El resultado tiende a ser de un moderado distanciamiento emotivo que se traduce, en ocasiones, en una leve caída de tensión o vigor.
Por su parte, «My little town» es una composición sólida, fluida, bien trabada, en cuyo proceso de grabación interviene, una vez más, la Muscle Shoals Sound Rythm Section y reaparecen las brillantes armonías vocales de Simon & Garfunkel. La canción constituye, además, el enésimo ejemplo del peculiar contraste entre música y letra, característico del compositor neoyorquino. La lamentable aparatosidad del final de la pieza nos retrotrae, sin embargo, a ciertos episodios de la última época del dúo, que demuestran bien a las claras la responsabilidad de Garfunkel en tales excesos.
En el ámbito del gospel/soul se sitúan dos temas de características opuestas: «Gone at last» y «Silent eyes». El exhuberante tratamiento musical de «Gone at last» refuerza el espíritu optimista, esperanzado, de su letra. Con todo, quizá adolezca esta vigorosa canción de un notable desacuerdo vocal, sólo atribuible a un error de producción, una vez observados los diferentes registros, cualitativamente tan distantes, de las voces de Paul Simon y Phoebe Snow. En el apartado instrumental de la pieza, sería justo destacar el impresionante bajo de Gordon Edwards, así como el vibrante piano del siempre eficiente Richard Tee.
Por su parte, la solemne «Silent eyes», auténtico himno religioso de contenida emoción, conjuga una bella melodía y unas armonías instrumentales y vocales hermosísimas, a cargo del pianista Leon Pendarvis y el Chicago Community Choir.
Finalmente, la exquisita «I do it for your love» supone una nueva incursión del neoyorquino en la bossa-nova, con resultados excelentes. Su rica instrumentación, delicada y vigorosa a un tiempo y llena de matices, incluye espléndidas demostraciones, con el protagonismo del piano eléctrico, a cargo de Ken Asher, las percusiones de Ralph McDonald, la guitarra eléctrica de Joe Beck y el acordeón -introducido por primera vez en un trabajo de Simon-, de la mano de Sivuca.
Fuente: Thesoundofsimon
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