Descripción
Mallas, leopardo, cebra, peinados de caniche reglamentarios… los Scorpions de los 80 alcanzaron un grado tan espectacular de horterada que a veces parecían buscar el record Guinness ostentado por ABBA. Pero, si bien grupos como Saxon aspiraban a “ser como sus fans” –o quizá lo contrario– Scorpions se comportaban como los habitantes de una especie de elegante vitrina que se mira y no se toca. Su aspecto esperpéntico y sexual, al uso al fin y al cabo, iba respaldado por la solvencia de su ya por entonces larga carrera, y por una música directa, de un gancho incontestable, que sonaba como un cañón tanto en disco como en directo.
Con este disco los descubrí, y pronto supe por una entrevista a Matthias Jabs, el guitarra solista que sustituyera a Uli Roth, que hasta entonces no le habían permitido “soltarse la melena”. Así, sus aportaciones para Lovedrive y Animal magnetism se habían visto contenidas y reducidas a lo mínimo. ¡Qué error! Este guitarrista, que siempre se encontró entre mis favoritos, era sencillamente espectacular. Lo mejor que se podía hacer era dejarle tocar por todas partes, replicando, armonizando y parloteando allí donde su buen gusto le diera a entender. Sus continuas apariciones en este disco no restan un ápice de calidad o protagonismo a las canciones. Más bien al contrario, las hacen subir varios peldaños.
Perfectamente integrado en su papel, Rudolph Schenker construía riffs de piedra junto a los también sólidos Francis Buchholz y Herman Rarebell, que cimentaban las volátiles melodías del “Caruso” del grupo, Klaus Meine, un tenor privilegiado, un auténtico animal de escenario con una sensibilidad exquisita.
Toda esta interacción entre unos y otros músicos se puede disfrutar, como está mandado, en todos los himnos y hits de Blackout, entre ellos la canción que da nombre al disco o el super-single No one like you. Es un disco comercial, digestivo y fácil de escuchar para heavies y no tan heavies. Yo me quedo con su extraño y oscuro final: las tres últimas canciones nos llevan a otro terreno para mí más interesante. La bonita y rítmica Arizona, amable pero lánguida a la vez, la balada –como no– que cierra el disco (When the smoke is going down), y sobre todo la descomunal apisonadora que la precede: China white. No puedo menos que reflexionar lo siguiente: si todo el disco –y el resto de discos de Scorpions– hubiera tirado por este camino más árido, me gustarían el doble… pero a lo mejor no los conocería. Rasquémonos la cabeza.
Fuente: Elportaldelmetal
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