Descripción
Si tuviese que elegir un disco entre todos los que tengo ese sería Tauromagia, de Manolo Sanlúcar. Y no sólo yo. El disco fue votado por sus propios compañeros como el mejor disco de guitarra flamenca de la historia y está envejeciendo como los buenos vinos. Además de contar con una musicalidad nueva que hace 24 años sonaba sorprendente, es un disco de cante breve pero grande en el que las voces de José Mercé, Macanita y el Indio Gitano hacen de narradores de una historia que nace en el campo, en el vientre de una vaca, y muere en La Maestranza de Sevilla.
Cuando uno termina de escuchar Tauromagia (Polygram, 1988), casi puede sentir los empujones de los aficionados, oler las camisas sudadas de los costaleros del torero triunfante atravesando la Puerta del Príncipe. Antes se puede escuchar desde el mayoral animando a las becerras que pastan bajo las encinas en Nacencia, el trémolo íntimo que acompaña al torero hacia la capilla, hasta al animal que sufre en el Tercio de varas o ese paño que se arrastra sigilosamente por el albero guiando la embestida del toro en …de Muleta.
Tauromagia es un momento de inspiración, esa luz de concreción que a veces tienen los creadores para que lo que hacen, por metafórico que sea, se entienda y emocione. Si la idea original –sugerida por Luis Eduardo Aute – hubiese caído en manos de otro artista podría estar llena de apuntes de pasodoble, clarines, timbales y cascabeles de mulillas. Sin embargo, el maestro Sanlúcar, monje del flamenco, meticuloso hasta la obsesión, compuso una obra descomunal.
“Quien canta en la arena, contra un toro, una muleta que al alma, busca el silencio, como una pena, como una oración”, dice La Macanita introduciendo el momento determinante, íntimo en el que la faena busca la magia. Es un milagro como Manolo Sanlúcar con un puñado de versos propios consigue recorrer un arte de siglos por el que ahora tenemos que pasarnos la vida pidiendo perdón. Si a esta altura del post queda algún antitaurino leyendo le aconsejo que – como ya hice cuando recomendé leer el Belmonte, de Chaves Nogales – se olvide de la temática y disfrute, porque hay mucho más.
Musicalmente, además de las tres voces geniales del ya fallecido Indio Gitano (el tío Moro), Macanita y José Mercé y del sonido limpio, de la digitación perfecta de Manolo Sanlúcar, se puede escuchar otras dos grandes guitarras, la de su hermano Isidro y la de un Vicente Amigo que entonces contaba 20 primaveras. Por debajo, se escucha una veintena de violines, violas, chelos, clarinetes, saxos…que José Miguel Évora (otro hermano de Manolo) convirtió en la sinfónica que enfatiza- sin cargar – los momentos cumbres de esta ópera entre dos artes. Además está el compás de Manuel Soler y de Diego Carrasco que (como podemos ver en el vídeo) en la versión que grabaron para la película Flamenco de Carlos Saura, cobra un mayor protagonismo junto a los arañazos vocales de Las Peligro.
Y detrás de esta obra cumbre del flamenco hay un ser que sufre “un monje del flamenco” como él mismo se define. Esa búsqueda incansable, esa travesía de insatisfacción de los creadores quedó plasmada en “El Alma Compartida” (Edit. Almuzara, 2007), el libro en el que más Manuel Muñoz Alcón que Manolo Sanlúcar buscaba el hombro de sus lectores para poder desahogarse. El resultado no puede ser más desgarrador ni más humano. El autor de otras obras de referencia de la música como Medea o la más reciente Locura de Brisa y Trino afronta con las letras en lugar de con las notas temas como la muerte, la vida, el suicidio, el aborto, la espiritualidad, la justicia, la ética, la música o la familia. Este Séneca de la sonanta hace confesión de intenciones desde el primer párrafo de su prólogo. “Para estar aquí hay que estar perdido. Y será este rumbo el que guíe mis pasos en busca de quien fui ¡a ver si doy conmigo!”. En algunos rincones de su web podréis encontrar también reflexiones que no os dejarán indiferentes.
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