Descripción
Quien quiera el chute de energía que nos proporcionaban en sus alocados inicios, ahora los encontrará en bandas como King Lizzard o Turnstile. Quien busque baladas bonitas, recurrirá antes a Surfjan Stevens o Bon Iver. Y por supuesto, quien quiera una dosis de música de raíz negra, tiene miles de posibilidades antes que estos cuatro blanquitos que rozan los sesenta. En muchos aspectos, y en gran parte por su culpa, en los últimos años Red Hot Chili Peppers se han vuelto una banda innecesaria. Una pena, pero es así.
Mucha gente tenía la esperanza puesta en que la vuelta de Rick Rubin como productor y, sobre todo, de John Frusciante como guitarrista después de 16 años, supusieran un punto de inflexión. Pero no olvidemos que ambos estuvieron involucrados en discos menores como By The Way o Stadium Arcadium –que bien podría haberse llamado Peñazum Maximum- así que su presencia tampoco era garantía de nada. Por si fuera poco, cuando se hizo público el tracklist figuraban nada menos que 17 canciones. Miédito… Y como era de esperar, el principal defecto de Unlimited Love es que le sobran minutos. De hecho, si lo pensamos, lo es de la mayoría de sus discos.
Temas pseudo funkies como ‘She’s A Lover’, ‘Watchu Thinkin’ o ‘Let ‘Em Cry’ podrían haber saltado por la borda tranquilamente. También ‘Poster Child’, lo que pasa es que, a pesar de lo tontorrona que es, me hace gracia que recuerde a ‘We Didn’t Start The Fire’ de Billy Joel, con Kiedis recitando nombres de bandas y artistas como Duran Duran, Robert Plant o Judas Priest.
Tampoco me emociona especialmente ‘Black Summer’, elegida como primer single y tema de apertura del disco, donde parecen querer repetir la fórmula de los 2000 para seguir sonando en la radio con esta suerte de power ballads. Un mal hábito en el que también caen en las animadas ‘Here Ever After’ y ‘One Way Traffic’, con uno de esos estribillos que te invitan a tirarte por la ventana.
Sin embargo, la buena noticia llega con que el resto del disco está más que bien, incluso con algún momento brillante. Sí, sí. Arriba de todo situaría ‘The Great Apes’ y ‘The Heavy Wing’, en la que Frusciante canta el estribillo, donde te imaginas cómo hubieran sonado si David Bowie hubiese aceptado producirles como le pidieron en 2001 y 2005. Tanto a nivel musical como melódico es lo más interesante que han hecho en muchísimo tiempo.
También destacables son ‘Aquatic Mouth Dance’, con unos sorprendentes pasajes de free jazz, con las trompetas jugando con el bajo de Flea, o ‘These Are The Ways’, que empieza como una balada más, pero de golpe arranca con la batería de Chad Smith pegando fuerte y dándole un giro total a la canción. Los escuchas y piensas ‘joder, suenan vivos’.
Pese a que el disco tiende en exceso a la tranquilidad, la verdad es que canciones como ‘Tangelo’, soportada sobre un órgano y acordes de jazz, la intimista ‘Not The One’, o ‘Bastards Of Light’, con una guitarra acústica y una slide dándole un toque country, o ‘White Braids & Pillow Chair’, tienen un punto original que se echaba en falta, premiando la delicadeza en lugar de una épica forzada.
Si le añadimos que su sonido cálido y natural, dando todo el protagonismo a las interpretaciones, te ayuda a disfrutar de todos los detalles que esconde (Frusciante ha vuelto en plena forma), te encuentras con un disco mucho mejor de lo que cabía esperar. Sobre todo porque en muchos momentos notas que la banda se lo está pasando bien tocando junta. Y quizá al final eso era todo lo que necesitaban. Ellos y nosotros.
Fuente: Rockzonemag
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