Descripción
Cuatro son los eslabones perdidos que el tiempo enterró de una especie que zarandeó los cimientos de todo un género, esa especie fue un gran felino que nació en la América sureña, y que estremeció los sentidos de millones de almas con el garboso y temible dinamismo de su musculatura, fibrada por los electrificados bordones que condujo aquel mago de las seis cuerdas que desapareció de nuestro mundo, sumado a ese imponente rugido que caracterizó a aquel ejemplar único, proveniente de aquel huracán de Nueva Orleáns que con apariencia humana dotó de voz y verbo a la bestia.
Pero para llegar a aquella sublimación de su naturaleza tuvo que emprender un largo camino, iniciado en el primero de los cuatro eslabones perdidos de su evolución. La banda a la que me refiero es sin duda aquella leyenda inmortal que fue y es Pantera, y el álbum en cuestión, aquel llamado Metal Magic, el verdadero debut de la banda, cuatro álbumes antes del celebérrimo Cowboys From Hell que a nivel oficial fue catalogado como primera obra del cuarteto.
En su Texas natal, los hermanos Abbott ocuparon su infancia y adolescencia en perfeccionar su técnica en sus respectivos instrumentos. Vince (Vinnie Paul) con su vocación de baterista y Darrell (Diamond Darrell) con su guitarra habían respirado música desde que tuvieron uso de razón al ser hijos de Jerry Abbott, un músico de Country que contaba con un estudio propio enclavado en Pantego, un pueblo del estado tejano donde Darrell desde niño presenció un importante trasiego de guitarristas de Blues que entraban a grabar en el estudio de su padre, encendiendo ellos la chispa que hizo al pequeño Darrell decantarse por la guitarra, instrumento con el que consiguió tal dominio y a tan temprana edad que le hizo ganar varias competiciones estatales en su especialidad, acabando ya por prohibírsele participar al haber ganado demasiados, ocurriendo ello cuando el chico aún contaba con nada más que 16 años.
Sonando en sus cabezas las influencias de ídolos como Kiss o Black Sabbath, en 1981 los hermanos Abbott decidieron formar su propia banda, reclutando músicos que fueron cambiando en ese primer año de minúsculos circuitos por clubs nocturnos tejanos, en los que versionaban clásicos de Kiss y Van Halen sumados a composiciones propias orientadas al Hair Metal y Glam Metal, corrientes que por entonces estaban en auge en aquel albor de los ‘80. Al año siguiente las entradas y salidas de miembros se congelaron hasta fijarse un plantel en el que por primera vez figuró el bajista Rex Brown, apodado entonces Rex Rocker, pasando el que fuera segundo guitarrista, Terry Glaze, a la labor vocal tras irse la anterior voz del conjunto, pasando la banda a ser cuarteto, con lo que la labor de las seis cuerdas era entera volcada hacia Darrell (creo que se las arreglaría bien solo, ¿no creen?). Ya encajadas y consolidadas las piezas, todo marchó en adelante con efectividad, había nacido Pantera…
Habiéndose convertido con el tiempo en un nombre importante dentro del underground, la banda amplió un poco su círculo más allá de Texas, tocando en Oklahoma y Louisiana, hasta que en 1983, y tras conseguir telonear a bandas como Dokken o Quiet Riot, pudieron lanzar su primer álbum bajo sello propio, siendo producido por el padre de los jóvenes Abbott en el ya santuario de su niñez, aquel estudio en Pantego que dio vida y forma a Metal Magic, que vio la luz el 10 de Junio de 1983.
Su portada, tan caricaturesca como aquella del Show No Mercy con el que en ese mismo año también debutó Slayer, se expresaba inocente mostrando a esa bestia de estampa circense empuñando una espada, sin ser nadie consciente de lo que había amanecido, el deífico monstruo que una década después reinventaría los esquemas del género que lo influenció…
Así prologa el álbum una voz de ultratumba, más bien de ultraestudio, tratada con el clásico efecto demonizador del lower pitch, encendiendo así motores Ride My Rocket con un jovenzuelo Rex Brown que va abriéndose paso a solas con su bajo en un frenético palpitar de dos notas emparejadas, que como aquel Detroit Rock City de Kiss, es hasta tanteado igual por la batería en su redoble de caja inicial, pareciendo un descarado guiño a uno de sus grandes ídolos, rompiendo ya luego un tema de propia firma, heavy a la vez que hardrockero, que bajo la voz de un dokkeniano Terry Glaze muy evocador de la escena americana de aquel tiempo, corre al agitado y corpulento pulso del omnipresente bajo de Rex y las pegadas de Vinnie Paul, mostrándose al principio Darrell algo comedido, con acordes al aire que después se enrevesan algo en el estribillo, con un riff muy rockero y rematado con ágiles coleteos punteados.
Hasta que llega el momento en que nuestro entonces escuálido y cardado amigo irradie su magia y su potencial, con ese solo que entra trepando y afianzando cada punto de apoyo de su escala pentatónica, hasta que corretea por el mástil con la fluidez y virulencia de una bomba de racimo, mostrando aquí por primera vez cómo se defendía de bien este joven en los parámetros más mundanos del Rock, antes de crear ese lenguaje propio que lo hizo único.
Tras esa primera traca de ”Monta En Mi Cohete” y sus claras connotaciones sexuales, entra I’ll Be All Right bordado a punto de seísmo por Vinnie Paul, surgiendo de su grave redoble un afilado riffeo de Darrell que será transportado por dos vehículos rítmicos diferentes, rápidos y medios tiempos, que se irán turnando en la canción para presentar este trallazo tenaz, donde Terry Glaze no se corta en lanzar estridentes orgasmos a lo Robert Plant durante los pasajes más turbulentos, sin olvidar cómo éste anuncia el solo del mago Darrell, que nos brinda otro presto rosario pirotécnico de punzantes notas, que después desembocan en un armónico suspendido bajo el que Rex Brown traza una suculenta y vivaz línea melódica con su bajo, contraatacando Glaze con los estribillos finales hasta desembocar el tema en un típico final estruendoso al más puro estilo de directo.
Más glamoroso pero igualmente acerado se presenta en elegante riff Tell Me If You Want It, con un estribillo que es un glorioso sueño de aquella década, con sus prolongados ‘oh’s y melosos susurros que encierran la frase escueta y efectiva que nombra al corte, alumbrado todo ello por el penetrante haz de un teclado hairmetalero. Emocionante también es ese punteo de aquél del pelucón natural, que cabalga nunca mejor dicho sobre el adictivo trote que aporrea su hermano, dando vida con su prodigiosa digitación a un solo que se retuerce en su acelerada locución con una expresividad y deje muy heavy, y de gran carga emocional.
El Hard Rock puramente norteamericano cobra más presencia con Latest Lover, muy insistente en sus sacudidas y parones, y con un estribillo coreado muy a lo Kiss de su etapa desmaquillada, que es la que entonces corría en ese tiempo. Biggest Part Of Me parece ser otro juego de palabras guarrón como el de aquel cohete de carne que nos golpeaba en la cara al principio, pero… ¡Stop!, es una balada, donde el cantante le dice a su chica “Tú eres la parte más grande de mí”. ¿Veis?, eso ya es otra cosa, no hay que pensar a la ligera…
Poniéndonos ya serios, esta balada consigue cautivarnos con mayor fuerza que aquel Tell Me If You Want It, con una ceremoniosa intro de teclados que captura toda la esencia del naciente ecuador de aquel decenio, entrando luego bajo la hermosa cúpula de teclas una oscilante melodía, punteada por el delgado de los Abbott para mecernos delicadamente hasta caer en el evanescente abismo del verso, donde vuelve a ser protagonista ese bucle de fantasía que comenzó a ser tecleado, hasta que nos asalta el trote guitarrero del estribillo y todo lo que él encapsula, portador de ese eco, pasión y glamour del mal llamado Hair Metal que tantos billetes de ida y vuelta al Cielo nos ha regalado, con un estribillo que produce nostalgia a todo amante de esa década prodigiosa que quedó atrás.
Pero lo mejor del tema lo guarda Darrell para transmitírnoslo a bocajarro en su solo, que tras ser preludiado de chapó por el cantante y el resto con un bridge de mayestática gallardía, nos lo lanza Darrell mediante una titilante progresión de notas a cuerda batida que estremece y arquea su espíritu cual espejo del nuestro, haciendo hablar y llorar a la guitarra como pocos han hecho en la historia de este instrumento, hasta visitar un paraje más calmo donde murmurar con bellos ligados aquella melodía que gravitaba bajo el bucle tecleado del preludio, volviéndose a acelerar el ritmo posteriormente para que el solo luche rabioso pero emotivo en sus últimos segundos de vida, siendo un trampolín más que efectivo para los últimos estribillos y su adictivo trotar en mute de las guitarras. No es justo olvidar esto, esta balada tan digna portavoz de la escuela Dokken y Ratt de los ’80, soberbio patrimonio de esa década.
Unas turbulencias sitian el estéreo hasta aparecer un cortante riff que va tomando forma, saltando hacia nosotros este acorazado que da nombre a la obra, de rudo riff y martilleante doble bombo. Metal Magic se despacha conciso, forzudo y reverberante, con un siniestro estribillo, y un solo que ya iba apuntando maneras respecto al dialecto futuro que articularía el gran felino, al igual que ese entrecortado riff del final que a machacante paso tartamudea hasta continuar más desenvuelto y correlativo, siendo infectado entonces por ese flanger efecto jet… ¿Sería éste un instante que luego la banda homenajeó con el demoledor Hellbound de su último trabajo, Reinventing The Steel, cerrando así el círculo que abrió esta primera obra?. Sea casualidad o premonición, eso nunca lo sabremos…
Maléfico en su despertar, llega con vacilón riff Widowmaker, con un marcado rasgueo de cuerda que sólo se le podía ocurrir a una persona, siguiéndole tras su breve pero grato ataque Nothin’ On (But The Radio), que sorprende por ser inaugurado por una cutrísima caja de ritmo, pero pronto viene al rescate Vinnie Paul para autentificar el compás, dándole osamenta a una hardrockera tonada algo inocentona en su estribillo, sin pretensiones, pero que logra irradiar luego más sentimiento con el riff del puente al solo de rigor, sobretodo tal solo, que en su fluidez y emotividad no tenía ya que envidiar a los trabajos de Jake E. Lee, el célebre guitar hero que en ese mismo año reemplazó al difunto Randy Rhoads dentro del plantel de Ozzy Osbourne.
Y hablando de Ozzy, el siguiente tema, Sad Lover, parece ser firmado por él, tanto por los chillidos del comienzo como por el riff que lo prologa, siendo una especie de primo hermano de Suicide Solution, de misma sinuosidad y descaro, con un estribillo de arrastrado y desgarrado verbo que penetra en tu cabeza con todo su espíritu del momento, pero apuntando a la vez más hacia atrás, pareciendo un tema de los más primigenios Kiss de su debut homónimo, notándose ahí una vez más quiénes mandaban a la hora de nutrir la inspiración de los hermanos Abbott en sus comienzos. Muy buen sabor añejo deja en el paladar del alma este penúltimo corte.
El final llega con Rock Out, de casi misma fragancia barriobajera que el anterior, pero con la sorpresa implícita de sus acelerados arrebatos, que pese a la tralla no dejan de plasmar la misma dialéctica gracias a los fieros pero bluesies punteos que libera el canijo Darrell, logrando esos prestos lapsos cada vez más violencia hasta que obran el desenlace de la pieza y de la obra con un tumultuoso final como en vivo, volviendo a sonar aquella voz gutural que inauguraba la obra, la que cierra y soluciona cual cubo de rubik este decaedro explosivo de Hard Rock y Heavy Metal. Fin del primer show de la pantera sureña…
Éste fue el primogénito de los cuatro vástagos más desconocidos de este grupo, que como hijos bastardos fueron desterrados injustamente de la discografía oficial de estos tejanos quién sabe por qué, perteneciendo a la fauna abisal de su historia, pero mereciendo la misma atención por ser de quienes son, de ese cuarteto que transformó el mundo del Metal a escala astronómica.
No hay que ignorar los orígenes de esta banda, pues conociéndolos es como se valora más el mérito de tal metamorfosis posterior que sufrieron, siendo además sus comienzos casi tan fascinantes como su cumbre.
Bravo por estos tejanos, que fueron grandes hasta en la faceta que quisieron enterrar…
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