Descripción
Todas las bandas surgen de alguna semilla, de evidentes influencias. En una síntesis no caben demasiadas opciones, aunque existan, y hay que arriesgar. Por lo tanto, sostener que Nile, la banda de Karl Sanders, surge al amparo del halo generado por Morbid Angel, manteniendo en su posterior desarrollo ciertos paralelismos con Immolation, incluso con Suffocation, podría ser una escueta y arriesgada definición, aunque habría que matizar estas palabras. Y además, reconocer que en realidad, no fue así. Como buen deather, Sanders es admirador de los primeros trabajos de la banda de Trey Azagthoth, pero también es cierto que de forma muy inteligente no tomó ese allanado camino, sino que pudo dirigirse mucho más allá, por distintos derroteros y mediante una propuesta única.
Respecto a la comparativa con los deathers neoyorkinos, es por cuestión de pura brutalidad, simplemente. Sin embargo, antes de tomar esa vía tan extrema en su música, lanzaron su primera propuesta, un demo titulado “Nile” (1994), auto editado en formato cassette (material que ha sido reeditado en 2011, bajo el título de “Workship the Animal. 1994: The Lost Recordings”, con gran sonido). Y en esta primera toma de contacto, poco tienen que ver con las bandas recién citadas. En este trabajo, la voz no se mueve en los parámetros del Death Metal, hecho que fue modificado en cuanto Karl Sanders asumió parte de la responsabilidad, tomando el micrófono por primera vez. Sin embargo, desde esos tiempos hasta la actualidad, Nile mantienen un aura primigenia que puede evocar a los mismísimos Iron Maiden (por las melodías), incluso a los Celtic Frost de “To Mega Therion” (en ciertos pasajes Doom y ambientaciones orquestales de apoyo). Nadie escapa al influjo de los creadores, es imposible.
Cualquier agrupación que se precie, debe buscar su propio camino, y lidiar con las inevitables catalogaciones. Se puede mantener un estilo y vivir formando parte de ciertas etiquetas, hacer lo propio a pesar de ciertos cambios de aires que no superen el umbral de lo que los fans “nunca esperarían”, incluso cambiar “ligeramente” para ser más accesible, con todo lo bueno y malo que ello conlleva. Porque también existe la golosa opción de vender el alma al diablo y abandonar los ideales por diferentes motivos, desde el dinero a la testarudez… o de lo contrario, jugar las bazas de forma definitiva, arriesgando todo por unos ideales musicales de integridad que logren una situación aislada, férrea (en el caso de ser esto posible). Esta “originalidad”, o más bien, definición de la personalidad única de una banda, es lo que mejor distingue a Nile del resto de grupos del planeta. Han escogido un camino concreto, implementar la egiptología en su trabajo (principalmente), como eje central y disco tras disco. Algo incluso más difícil que hablar de elementos tan naturales y evidentes como la propia muerte y su inseparable corrupción carnal, vísceras o malvadas criaturas (nada nuevo en el Death Metal). Elementos, que por cierto, también forman parte inexorable de su particular visión sobre antiguas civilizaciones.
Por otra parte, hay que manejar correctamente la información, estar muy bien preparado, para que el material presentado no suene a farándula o pantomima. Pero también se implican en temas religiosos, motivos históricos y de narrativa fantástica. Desde luego, revisando cualquier lanzamiento de la banda dirigida por el maestro Karl Sanders, nadie diría que no sabe de lo que habla, pues no queda sino admirar semejante despliegue de seriedad, profesionalidad y entrega, como mínimo. Desde el lujoso Artwork que impregna todos sus discos, hasta los textos de las canciones, pasando por las extensas “Liner notes” que añaden siempre, desde 2000 (excepto en “Ithyphallic”, por lo menos en su primera edición Jewel Box, 2007). Pero es que además, hay que ser capaz de transmitir esas vivencias de muerte, corrupción carnal, guerras y horror, mediante una música aplastante, bien definida, exótica a su vez, y portadora de voces que parecen representar a momias resucitadas, espectros espeluznantes, en lo más profundo de las catacumbas de cualquier historia del género fantástico. Como si Bit-Yakin o Tolkemec de Xuchotl nos aullaran en los oídos. En definitiva, hay que ser un absoluto fenómeno, y además, estar rodeado de similares compañeros de batalla, es decir, flipados “Number One”. En Nile, por suerte, esto siempre ha sido así.
Para entrar en la banda, las pruebas son tan exigentes como la capacidad de Sanders y Dallas Toler-Wade de recrear arenas, sangre, entrañas resecas y lugares de muerte y destrucción, con sus guitarras y voces. Ser parte de Nile, significa sentir Nile, y transmitirlo. Este honor, respecto a los bajistas, corrió en su día a cargo de Chief Spires, al que tras unos años siguieron Jon Vesano y Joe Payne. Posteriormente estuvo Chris Lollis, y acaba de ceder el puesto a Todd Ellis. Aunque hay que dejar claro que en algunos trabajos de la banda, el bajo corre a cargo de ambos guitarristas: “In Their Darkened Shrines” (2002), “At The Gate Of Sethu” (2012), incluso exclusivamente grabado por Dallas Toler-Wade en “Ithyphallic” (2007) y “Those Whom The Gods Detest” (2009). Los bateristas también rotaron, desde Pete Hammoura, Tony Laureano… pasando por las colaboraciones de Derek Roddy, hasta el increíble y actual George Kollias (desde 2004). En la guitarra hermana de Sanders, y antes de llegar el enorme Dallas Toler-Wade, estuvo John Ehlers, durante un breve periodo en el que se grabó material importante como “Ramses Bringer of War”. En definitiva: estos son los músicos que han formado parte de Nile, sudando sobre las tablas y dejando su huella imborrable en la historia de la banda. Y así debe constar en estas líneas.
Su historia comenzó en formato trío (Greenville, South Carolina, 1993), con Karl Sanders (guitarras), Chief Spires (bajo/voz) y Pete Hammoura (percusiones). Después de su primer demo “Nile” (donde su carácter “Brutal Death” aún no había tomado forma) lanzaron un EP (“Festivals Of Atonement”, 1995). Su propuesta ya había tomado gran parte del color necesario en cuanto a bestialidad se refiere, alternándose con el concepto “Doomer”, como buen complemento para recrear sus épicas atmósferas. La evolución es palpable, y la voz de Sanders va tomando forma (sumándose a la de Spires, que además se embrutece, alejándose en cierta medida del concepto “Warrior/Hetfield”). Incorporan un guitarrista, lanzando otro demo (1996) y un maxi single (1997), ambos bajo el título “Ramses Bringer Of War”. Ahora las voces son una verdadera masacre y los blast arrasan. Pero vuelven a recuperar el formato trío para crear su primer larga duración: el brutal “Amongst The Catacombs of Nephren-ka” (1998, Relapse Records), un trabajo acompañado de auras místicas, melodías épicas y arreglos/orquestaciones ambientales dignas de un film de C.B. DeMille, así como de un Death Metal atroz. Durante todo este periplo comparten cartel con grandes como Obituary, Morbid Angel, Incantation o Deicide. No está mal, para haber llegado “tarde” al panorama Death.
Su siguiente paso, ya con Toler-Wade como guitarrista agregado y definitivo, sería abrir el siglo XXI con un álbum demoledor, que de alguna forma, les hiciese despegar en todos los sentidos: diferenciarse definitivamente del resto de bandas influyentes, adquirir identidad propia definitiva e inequívoca (con todo lo que estas palabras significan) y proyectar el nuevo potencial en el terreno que ellos mejor han sabido hacer: el Death Metal “fantástico”, bañado en antiguas civilizaciones, aunque habría que añadir “puro Sanders/Toler”. Muchas otras bandas (pero no todas Brutal Technical Death Metal) se han empleado estas temáticas. Sin embargo, a estas alturas Nile puede ser la más representativa, y al margen de la palabra “éxito” (pues para nada son una cómoda propuesta, ni siquiera en el ámbito metálico). En 2000, Karl Sanders y su banda buscaban otra dirección, posiblemente más en común con las propuestas de Immolation o Suffocation (sin parecerse realmente, pero es inevitable cierta catalogación), por eso su material se fue traduciendo en un Brutal Death técnico, más evolucionado. Volviendo al año 2000, es justo aquí, en este preciso momento y tras editar su obra “Black Seeds Of Vengeance”, cuando Relapse Records edita un recopilatorio denominado “In The Beginning”, dos meses después, conteniendo su EP “Festivals Of Atonement” y el single “Ramses Bringer of War”. Buena forma de refrescar ese material y ofrecer un catálogo más amplio respecto a la banda, reforzando su propuesta.
Black Seeds of Vengeance es un trabajo muy maduro. Si lo comparamos con los de bandas como Deicide, Incantation, Vader o Immolation y sin ánimo de buscar paralelismos, el listón se mantiene muy alto. No solamente podrían intercambiarse músicos si fuera necesario, sino que podrían competir en las tablas a primer nivel. La plataforma de lanzamiento estaba creada, sólida como una pirámide. Y la prueba está en que Nile continuaron su propuesta, sin prisa pero sin pausa, ampliada a día de hoy con cinco álbumes más, todos de un nivel alto, en adecuada progresión lógica y consecuente, donde no se precian bajones de tipo alguno. Sofisticación sin perder energía o fuelle, sin cambiar de acera ni lo más mínimo. La portada, realizada por Wes Benscoter, muestra una momia con tocado faraónico (que es el propio sarcófago), con una serpiente enroscada desde el tronco a la cabeza, bordeada por afiladas y primitivas lanzas. Todo el material gráfico que acompaña al disco está realizado por Adam Peterson. La música fue producida por Bob More y Karl Sanders, siendo grabada en los estudios The Sound Lab (Columbia), corriendo la mezcla a cargo del citado Bob More y la propia banda. Un proceso complicado, teniendo en cuenta la cantidad de sonidos que aquí se dan cita, pero sobre todo, por conseguir el ambiente necesario en una producción de estas características. El proceso de mastering se realizó en Temple (Arizona) en los estudios Sonorous Mastering Inc, a cargo de Dave Shirk. En las sesiones de grabación, participaron algunos invitados, sobre todo en las voces, desde el ingeniero y productor Bob Moore, al mismo Ross Dolan (Immolation).
El plástico se abre con “Invocation of the Gate of Aat-Ankh-Es-En-Amenti”, un instrumental fugaz y misterioso, atmosférico. Su instrumento principal es el Arghoul, ya empleado en época de los faraones. Esta pieza ambiental, ejecutada por Mostafa Abd el Aziz (como músico invitado), actúa como introducción a la masacre.
Black Seeds of Vengeance es número brutal y desafiante, con blast beats que dan paso a guitarras cual zumbido de cigarras en la más pura plaga bíblica… las voces de Sanders, Spyres y Toler-Wade parecen surgir de los abismos infernales, como espectros diabólicos escupiendo maldiciones. El ritmo de batería incluye constantes redobles, marca Immolation. Solos caóticos son intercalados con definidas melodías frigias de corte exótico, que se suman a rugidos del más allá. Sobre un patrón de doble bombo simple e incuestionable, se desgrana el alucinante estribillo (en su única aparición), tanto por su énfasis al proclamar el título del track como por la ambientación de fondo, con grandiosos coros y timbre de campanas. La letra (según las explicaciones del propio Sanders), trata sobre las represalias por parte de Egipto hacia los Amalachites (amalequitas), que abusaron de los habitantes de la tierra de las pirámides, mediante terribles maltratos, vejaciones, asesinatos y mutilación (además de otras explícitas atrocidades). Semillas negras de venganza, recolectadas y plantadas en el corazón de los egipcios a golpe de hierro y odio, que se revuelven hacia sus propios “creadores”. El fin es la destrucción de las citadas semillas, aniquilando a los “Amalachites”, mediante el apoyo de figuras de la mitología egipcia, como Ra, o el “poderoso” Sekhmet: “The mighty Sekhmet will devour them”. Solo una vez realizada la venganza, las semillas del odio desaparecerán. Traducir estas letras no tiene desperdicio. Macabras “historietas” terroríficas, donde la brutalidad campa a sus anchas. Respecto al concepto vengativo a manos de los egipcios, la armada momia de aspecto cabreado que aparece en la portada del disco se muestra como el símbolo perfecto.
“Defiling the Gates of Ishtar” surge como tremenda continuación, un tema donde se puede apreciar la forma de riffear que en parte caracteriza a la banda, hasta nuestros días, mezclado escalas y frases en complejas formas rítmicas, pero dando la sensación de linealidad, o de aparente simpleza (0:34). Más melodías majestuosas, numerosos cambios soportados bajo la presión de la monumental batería. Las voces continúan en su afán de contar una historia en la que participan varios elementos, como narradores alternativos, dialogando. En el fragmento 2:22 da comienzo un ambiente maligno y preciso, con un sonido de gong sutil y arrastrado, sobre el cual los vocalistas parecen rezar una invocación, una de las muchas de las que se nutre esta música de corte fantástico/histórico. Todo aderezado con un riff de rápida ejecución pero con pocas notas, como un silbido de serpiente, continuado. Y la música transmite, si algo caracteriza a Nile (entre otras virtudes), es que son maestros recreando ambientes sonoros, pero no solo añadiendo efectos, sino mediante sus propias voces e instrumentos. Sumergen al oyente en su mundo antiguo, que en esta ocasión habla sobre el primitivo, brutal y profano Enkidu, que llegó a violar a las sacerdotisas del templo de Ishtar, profanando también a la diosa mediante “procesos similares”. Es aquí, donde se pierde la información sobre esta historia, procedente de tablillas escritas varios siglos a.C.
“The Black Flame” trata sobre un viejo documento, el “Papiro del inmortal” (desenterrado en 1883 y a día de hoy parcialmente restaurado), que al parecer cuenta con dos siglos y medio de antigüedad. Fue redescubierto en 1998, tras un siglo de vueltas de aquí para allá entre diferentes lugares como el Museo del Cairo o la ciudad de Berlín, a la que pasó supuestamente en manos de un ocultista nazi. En él se narra (entre otras lindezas) el “Capítulo para volver a nacer”, donde se menciona a Baboui (mono con cara de perro, guardián del “lago de las llamas”), que se alimenta de las vísceras y órganos de los enemigos de Osiris, devora el alma de los condenados y puede abrir las puertas del “Inframundo”. El track comienza con una voz sepulcral y misteriosos efectos, para dar paso a una majestuosa introducción instrumental donde la melodía de guitarra se estira exóticamente. Sin previo aviso, una descarga de bestialidad nos acecha, sobre un riff que va cambiando de tonalidades, que los músicos van ampliando y sobre el que varias “bestias” desgranan voces provenientes de alguna catacumba, hasta llegar a un cambio doom precedido por un patrón de arpegio descendente, con dos acordes (Em y Bbm) y en dos octavas (a modo de cliché), que hace morir la corta canción.
“Libation Unto the Shades Who Lurk in the Shadows of the Temple of Anhur” es es una pieza de arpa egipcia tradicional, adaptada para guitarra clásica. Está ejecutada por Karl Sanders, y el guitarrista cuenta la forma en que fue grabada en un sótano de los Sound Lab Studios. Mediante numerosos micrófonos Newmann, trataron de captar las reverberaciones de dicha estancia, de la mejor forma posible. Interesante resultado, el de esta pieza dedicada a los espectros parásitos del templo de Anhur, fantasmas que se alimentaban de la carga espiritual resultante de los sacrificios sangrientos allí realizados.
“Masturbating the War God” se basa en los textos de E. Wallis Budge (que recopilan los hechos narrados en dos escritos diferentes) sobre rituales de guerra de los faraones del “Imperio Antiguo”. Según palabras de Sanders, para la letra de esta canción “trataron de guardar la máxima fidelidad posible” a dichos textos, para conservar su pureza y originalidad. Sacrificios humanos, empalamientos, rituales… el track es certero y brutal, cobrando la batería de Roddy especial protagonismo. De nuevo, la conjugación de siniestras “voces”, marca el estilo en las estrofas. El tema está plagado de cambios, fugaces melodías caóticas, solos de guitarra, sobre bases muy potentes. Es destacable la forma en la que se desarrollan los cambios de ritmo, pues lógicamente muestran el proceso de la historia narrada, con diversos estados de ánimo. También la forma en la que mediante furiosos blast se lanzan melodías de largas notas, de forma completamente épica y ambiental, tan típica de esta banda. Tambores finales y cánticos, presagian el final, mediante más tralla sin descanso, cerrando de golpe.
“Multitude of Foes”, es otra pieza brutal, cuya letra hace referencia a la batalla de Kadesh, en el “año 5” del reinado de Ramses el Grande, unos 1274 años a.C. Aquí se realza el hecho de que, supuestamente, obtuvo una victoria “con una sola mano” ante los Hititas, (aunque estos mantuviesen su propia versión del asunto). A pesar de llegar a un acuerdo de paz, entre ambos pueblos, cada parte se jactó de haber vencido. Rápidas ráfagas de notas abren el corte, compuesto por peculiares riffs, y bajo la implacable batuta de la base rítmica. En 1:16, comienza un alucinante cambio, con unas guitarras ejecutando ligados en notas graves, pero sobre todo porque los demonios parecen salir de los altavoces. Mediante unos efectos de guitarra (acompañados de ciertos “lamentos” en onda cacofónica) y sobre la sólida base, despiden el track en “Fade out”.
“Chapter for Tranforming into a Snake”. En la literatura religiosa (y profana) de los antiguos egipcios, parece ser que “los dioses u hombres eran capaces de asumir a voluntad la forma de cualquier animal o ave, en la próxima vida”. Al parecer, en el “Libro de los Muertos” se emplean no menos de 12 capítulos para proporcionar al difunto la energía necesaria y correspondiente para su transformación, asumiendo así la forma divina. El tema comienza de la misma forma en que actúa una máquina taladradora (despertándonos cualquier día, a las 8 de la mañana), es decir, a todo trapo. Roddy parece un absoluto autómata, aunque se captan trazas de “humanidad” en el toque, y esto es de agradecer en una grabación. Las voces son sepulcrales, abrasivas. Riffs basados en melodías frigias, para dar pie al belicismo musical más puro. Buen contraste, de nuevo, mezclando melodías definidas mediante largas notas (en este caso, si las comparamos con la subdivisión de los velocísimos patrones que proporcionan la base).
“Nas Akhu Khan She en Asbiu” se abre con un sibilante sonido de plato. Melodías simples se citan con arreglos retorcidos y las potentes voces. Un tema lleno de apoyos y arreglos externos, ambientales, que para nada deslucen la interpretación, formando parte de la historia de forma absolutamente creíble. Llegando a la mitad de la canción, se produce una parte pausada donde la batería cobra protagonismo mediante rápidos redobles, mientas que una voz profiere lejanos gritos, que se mezclan entre los efectos. Más cambios, y sonidos de guitarra que parecen brotar de un gigantesco saurio. El final, con sonido de platos, lejanos y cargadísimos de reverb, se nos muestra como otro gran efecto. La letra de esta canción está en egipcio antiguo, y es bastante repetitiva. Intentar seguirla es un ejercicio imposible, y de despiste continuo. Ellos la despachan con un convencimiento total, como auténticos posesos, y el resultado es muy bueno. En palabras de Sanders, el título se traduce en “Invocación a los que habitan En el lago de las llamas”. No tradujeron la letra para realzar los fraseos egipcios fonéticos, así como la violencia impresa en su vocalización, intentando mostrar cómo serían en una supuesta versión original. Es un himno/canto interpretado en “homenaje a las almas de los condenados que se queman en las fosas ardientes del tormento, en el infierno”.
“To Dream of Ur”, único tema interpretado por Hammoura en las baquetas, es una odisea de 9 minutos… de los cuales, casi los cuatro primeros, sirven para ir introduciendo el track. Su toque es familiar, si se conoce la discografía de la banda hasta ese momento. Mediante voces, efectos de instrumentación, percusiones, sonidos de cuerda de corte exótico, se da paso a una voz acompañada de redobles casi arrítmicos, con algún pequeño y tímido asomo de ritmo definido, hasta que por fin comienzan su batalla. La canción, con diferentes cambios, ambientes y largas melodías, es una gota en el océano de este trabajo, pudiéndose aislar completamente del resto de tracks por su altas dosis doom. Curiosamente, la letra reflexiona sobre el hecho de que nada dura para siempre, incluso el hombre más poderoso. “Nada dura para siempre, excepto la tierra y el cielo”, es en realidad, un dicho muy antiguo (K. Sanders).
“The Nameless City of the Accursed” es una especie de canto ritual, plagado de efectos de todo tipo: percusiones muy graves y continuadas (mediante un solo de timbal Tymanic), gongs, palos de lluvia de sonido “crotalístico”… el título se debe a un cuento de de H.P. Lovecraft (la ciudad sin nombre). Catacumbas y restos espirituales de una raza de criaturas/serpiente prehumanos, que tras construir una gran civilización hubo de retirarse a las profundidades, por causa de la llegada del hombre. Nada de Death Metal, más bien parece que estemos sumergidos en lo más oculto del mundo antiguo y sus maldiciones.
“Khetti Satha Shemsu” cierra el disco, un terrorífico canto de adoración a Shata, la serpiente (un ofidio de idéntico nombre cumple un relevante papel en la historia de Robert. E. Howard titulada “La ciudadela Escarlata”, moradora de las catacumbas donde Pelías, el mago, se volvió parcialmente loco bajo los hechizos de Tsotha-lanti). El canto es un homenaje de alabanza y eterna servidumbre a esta deidad. La sensación es como si por un remoto y profundísimo pasadizo desfilase la mortal comitiva, en rítmico e hipnótico trance. La voz de Ross Dolan, invitado para la ocasión, se reconoce perfectamente, y seguro que se divirtieron lo que no está escrito realizando esta invocación, realizada con una profesionalidad que pondría los pelos de punta al mismo Stephen Sommers (The Mummy), y a más de uno. Unas percusiones profundas, de tambores con parches flojos, marcando el tenso ritmo y redoblando de forma fúnebre, cierran la pista de la misma forma que se abrió. Misterio y oscuridad, pero sobre todo, muy auténtico.
La valoración final sobre este trabajo, es que a pesar de ser muy bueno, incluso innovador, todavía se mantiene bastante lineal en sus cortes. Y esto no es una crítica, pues en estos estilos puede y suele ser una constante, sobre todo en trabajos que dan sensación conceptual, por la uniformidad de su temática. Pero Nile mejoraron su música progresivamente, tanto a nivel técnico como compositivo. Abrir el nuevo siglo con semejante oda de destrucción significó mucho para ellos, pues les proporcionó un lugar en el panorama, sin tener que agachar la cabeza ante nadie, más bien todo lo contrario. Una declaración de principios, subirse a la plataforma para quedarse. Y a día de hoy continúan sus andanzas, muy en forma, por cierto. Bandas como Behemoth clavaron su ojo en esta forma y concepto de crear música (consiguiendo traspasar las barreras del éxito), a pesar de los años que llevaban en la escena mediante similar parafernalia (pero mucho más blackers y afilando su sonido es esta dirección, claramente). Por otra parte, es increíble la capacidad y seriedad de Sanders (aunténtico motor de Nile, junto a Toler-Wade y George Kollias) para sumergirse en estos temas, pues mediante las explicaciones de las “liner notes” (demandadas por numerosos fans de la banda, en los inicios) demuestra que está absolutamente implicado en la materia, resultando un placer poder leerlas, pero sobre todo agradeciéndolas. En una música donde es complicado entender los textos, ayuda bastante saber de qué va el asunto y poder captar el ambiente, disfrutando mucho más la escucha. Nile, una banda que siendo conocida y reconocida (no tanto como otras, todo sea dicho), merece el máximo respeto de la comunidad metálica, ganado a pulso y a guitarrazos. 3 cuernos como pirámides, pues posteriormente superarían este trabajo con creces. “Semillas negras de la venganza”, brutal propuesta, y buena forma de introducirse en el legado del Nilo más místico, sangriento, oscuro…
Fuente: Elportaldelmetal
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