Descripción
Según nos cuenta la teoría económica, el ciclo de vida de un producto cualquiera se compone de 4 etapas: introducción, crecimiento, madurez y declive. Un desarrollo extraído de la propia experiencia vital, y que bien podría aplicarse a otro tipo de productos, en este caso del mercado que nos ocupa: las bandas musicales.
Porque toda banda, tras nacer, sufre un período más o menos largo de transformación y búsqueda de su propia identidad, intentando encontrar su sonido mientras discurre por la senda musical de forma insegura y dando algunos tumbos.
Una vez definido su estilo (algo que muchos no consiguen), la banda alcanza la madurez, y es entonces cuando realmente se libra la batalla entre triunfo y fracaso, cuando a los mejores les toca demostrar lo que valen, y cuando las bandas mediocres caen en los pozos del olvido para la eternidad.
Pero Mastodon fue un caso precoz, que rompió con lo anteriormente expuesto, una banda que se vio obligada a quemar las etapas iniciales a una velocidad inusitada: el brutal engendro llamó la atención ya desde un principio (“Remission”), pronto se convirtió en un mastodonte descomunal que comenzó a revolucionar la escena metalera (“Leviathan”), y le basta con su tercer disco de estudio para crecer hasta transformarse en un monstruo de proporciones casi bíblicas.
Y eso que no es fácil aguantar el tipo entre tanta presión, originada en buena medida por su fichaje por la multinacional Warner Bros. (lo cual nos da una idea del crecimiento hormonado y ultra-acelerado que ha sufrido Mastodon, y que les hizo madurar antes de hora). Pero lo cierto es que, con “Blood Mountain”, estos chicos demuestran estar hechos de otra pasta.
“Blood Mountain” supone el momento clave en la carrera de Mastodon, especialmente por el progresivo repunte hacia terrenos más melódicos que, a la postre, será uno de los factores que les llevará al éxito; mención especial para un Brent Hinds cuyo timbre resulta sorprendentemente parecido al de Ozzy, y que se desenvuelve francamente bien en las tareas vocales.
Además, la banda alcanza ya esa prematura madurez de la que hemos hablado, definiendo irreversiblemente su particular estilo y su sonido, tan artificioso y técnico como fascinante.
De nuevo estamos ante una obra conceptual centrada, en este caso, en el elemento Tierra. Y la montaña será el marco en el cual se desarrollaran las surrealistas y fantásticas aventuras con las que Brent Hinds y compañía nos deleitarán a lo largo de 50 intensos minutos.
El viaje por la montaña sangrante comienza a toda velocidad; un ritmo “punk” marca el inicio de “The Wolf is Loose”, que abre el disco con toda una descarga de energía trashmetalera.
Y, sin un momento de tregua, “Crystal Skull” nos azota los oídos con otra muestra de contundencia y agresividad sin paliativos. Hasta el momento, nada nuevo. Eso sí, en este tema encontramos la primera de unas cuantas colaboraciones de órdago, concretamente a Scott Kelly (vocalista de Neurosis).
Es en el tercer corte, “Sleeping Giant”, donde ya vamos a poder disfrutar de los renovados Mastodon de Brent Hinds, mucho más melódicos tanto en las voces como en las líneas de guitarra, y que nos brindan el primer gran tema de otros tantos. A partir de aquí es cuando comienza el auténtico ascenso a la montaña y la cosa se pone seria.
Frenética psicodelia experimental en “Capillarian Crest”, con cambios de ritmos demenciales y unas incansables guitarras que corretean en nerviosa agitación y sin descanso, mientras las partes vocales toman algo de aire.
“Circle Cysquatch” es otro tema progresivo, denso y complejo, que se inicia con una chirriante guitarra, y donde los bruscos cambios rítmicos y la pesadez de las 6 cuerdas contaminan la atmósfera. El viaje se torna más duro, y el cansancio comienza a hacer mella en nuestra cada vez más enajenada mente, provocándonos inquietantes visiones.
“Bladecatcher”, con un limpio punteo sureño, nos engaña haciéndonos pensar que por fin podremos tomar un descanso y recuperar fuerzas. Pero las guitarras no tardan mucho en despertarnos y conducirnos en la aventura montañosa hacia sus momentos más caóticos y esquizofrénicos: por si no hubiera sido suficiente con los temas anteriores, una avalancha instrumental de dura piedra nos persigue a toda velocidad, caída desde la alta cumbre, y nos sepultará bajo el influjo del rock progresivo, rock sureño, metal e incluso un inicio casi grind-black.
A punto de perder la cabeza en el loco ascenso al que nos hemos visto sometidos, llegamos a un brumoso e inquietante repecho, ansiosos por descubrir qué maravilla nos deparará la montaña de sangre. Y entonces nos damos de bruces con ese bosque de extraños abedules llamado “Colony of Birchmen”, uno de los mejores temas de Mastodon que cuenta, además, con la intervención estelar de Josh Homme (Queens of the Stone Age). Tal vez por ello las melodías y los coros recuerdan al toque lunático y delirante del “Era Vulgaris”, último disco de las Reinas de la Edad de Piedra.
La canción resulta increíble de principio a fin, con un carácter diferente al de cualquier otra composición de la banda, y dotada de esa aura mágica que sólo los grandes clásicos emanan. Bien merece la pena darle unas cuantas escuchas a este brillante y surrealista paisaje de árboles parlantes donde Brent deslumbra entre la maleza.
Una vez hemos disfrutado de las espectaculares vistas que nos aguardaban en un rincón del coloso de roca retomamos el ascenso, que se torna aún más traicionero y peligroso si cabe. El primer golpe de punzante dolor lo recibimos con “Hunters of the Sky”, lluvia de terribles y amenazantes monstruos que emergen del cielo y nos persiguen azuzados por una estremecedora cadencia flamenca. No nos queda más remedio que correr despavoridos hacia lo más alto.
En “Hands of Stone” Troy y sus aullidos descarnados nos siguen reactivando la adrenalina, preparándonos para el final mientras luchamos contra los elementos. Pero todavía hallamos por el camino restos de lo que otrora debió ser una joya de incalculable valor; así nos lo insinúa el evocador y sugerente comienzo de “This Mortal Soil”, donde la melodía de Brent vuelve a seducirnos, cual sirena pedregosa, en un entorno más pausado. Último instante de sosiego y reposo antes de la conclusión.
Ya divisamos la ansiada cima, pero las condiciones son extremas, nos encontramos al límite, y el paraje de hielo y nieve sobre el que caminamos los últimos metros nos congela la sangre y el alma. Los últimos gritos de rabia y los lamentos finales se alternan en “Siberian Divide”, donde Cedric Bixler-Zavala (cantante de The Mars Volta) hace acto de aparición, cual fatal heraldo de la muerte que pregona nuestro fin. Tras un eterno alarido final, y después de batallar contra lo inevitable, nos desplomamos moribundos sobre la blanca superficie rocosa.
La ulterior despedida se plasma en “Pendelous Skin”, un cálido epitafio de influencias sureñas, calmado y emotivo, que lentamente se va apagando, como nuestra vida, tan cerca de la cima pero a la vez tan lejos… Mientras, el sol comienza a asomar en el poblado cielo, y la naturaleza prosigue su curso, fría e inmutable, al cobijo de la imponente y fatal montaña sangrante.
Por ponerle un pero, no al disco, sino a la música de la banda en general, se les podría exigir más variedad en las composiciones (a veces se echa de menos algo más de quietud), mayor pulcritud en los cambios de ritmo, y reducir una sobrecarga de guitarras y batería que en ocasiones es elevada. Pero, ¿acaso no son esas las señas identificativas del estilo de Mastodon? Así que será mejor retirar lo dicho. Y quien todavía no le haya dado una oportunidad a los de Atlanta, no sabe lo que se pierde.
Sea como fuere, creo que todo queda dicho sobre “Blood Mountain”, aunque lo resumiré en una palabra: imprescindible.
Estos chicos lo tienen todo para convertirse en leyenda, y van camino de ello; con este trabajo se situaron en la élite del metal internacional y, a pesar de que con “Crack the Skye” confirmaron estos buenos presagios con otro álbum brillante al mismo tiempo que suponía un nuevo paso en la evolución del sonido de la banda, quizás todavía fue pronto para dar ese salto cualitativo lo suficientemente grande como para alcanzar los altares del rock.
Sin embargo, mucho me temo que sólo es cuestión de tiempo que lo consigan…
Fuente: Elportaldelmetal








Valoraciones
No hay valoraciones aún.