Descripción
La portada de Sabotage en nada hace presagiar la elegancia del contenido. Junto a una especie de gran espejo Luis XIV, los cuatro miembros del grupo posan con sus mostachos, sus melenas recortadas en plan seto de arizónicas, sus túnicas, plataformas, mallas de licra y demás elementos propios de una década (los 70) cuyo sentido de la estética ha envejecido bien sólo si se entiende como una especie de película de terror en la que todos participaban. Si uno da la vuelta al disco, se encuentra con la misma foto tomada de espaldas, de tal manera que las miradas erráticas y paquetes se tornan nalgas fondonas embuchadas. No sabe uno ya si atreverse a mirarlo de canto.
Así que extraigamos rápidamente el sublime redondel que sobrevive dentro de tan monstruoso envoltorio y escuchémoslo, que es a lo que hemos venido. Se trata del sexto lp de Black Sabbath, de producción mucho más enrevesada que los anteriores, pero no por ello carente de esas ideas musicales tan simples que funcionan tan bien. De esto último dan fe los riffs de las dos primeras canciones “completas” del disco, la espesa y a la vez vibrante Hole in the sky y la inquietante Symptom of the universe, con sus aporreamientos tan característicos de Bill Ward y su riff reglamentario que, cómo no, hace uso y abuso del intervalo de quinta disminuida. (Para los no iniciados en estas palabrotas, decir que se trata de la misma relación de altura entre notas en que se basa el riff de la canción Black Sabbath, del disco de debut; si fuera posible dar miedo sólo tocando dos notas, probablemente habría que usar unas que estén a esa distancia concreta).
Sabotage está producido, sin ahogar para nada a los otros tres instrumentos, a base de una especie de oleaje continuo de guitarras. Casi en todo momento hay un montón de guitarras sonando a la vez con ese crujido siniestro tan particular de Iommi, esa formidable marca de la casa. En muchas ocasiones el tipo retarda ligera y cuidadosamente las notas, convirtiendo las canciones en gusanos que se arrastran, elegantes pero pesados, sobre los que sobrevuela más ligero Ozzy como una especie de pájaro… o digamos mejor una especie de murciélago.
El disco también está trufado de pasajes instrumentales que están a un volumen mucho más bajo que el resto, lo que te obliga a estar pendiente de los botones si quieres escucharlos o si no quieres darte un buen susto cada vez que empieza otra canción o pasaje a volumen normal. Otra particularidad es la instrumental Supertzar, para la que contaron con un coro que le da un aire bastante glorioso al asunto, aunque la simpleza y la efectividad de las ideas impide siempre que el resultado llegue a ser presuntuoso. O si lo fuera da lo mismo, esto es Black Sabbath, señores, y en uno de sus mejores momentos. Inclinémonos y oremos.
Aparte estos detalles un poco más atípicos de la producción, que lo convierten en algo especial y casi único, el disco está relleno hasta los topes de canciones inspiradas y muy espesas, paridas por un grupo maduro que arreglaba los temas con calma, preparando despacito cada subidón y estallando por fin como si les fuera la vida en ello. Los andobas producían melodías geniales como churros, que Ozzy se encargaba de cantar de esa manera tan particular, tan cercana. Quizá este entrañable cantante no era, digamos, el genio del grupo (no lo sé), pero lo cierto es que la voz es siempre la voz, y tras ser despedido fue él quien se llevó el cariño de la gente, me parece a mí, mientras Iommi se quedó ahí cejijunto con los otros dos espectros haciendo música oscura y densa con sus muñones, como si con Ozzy se hubiera marchado la sonrisa del grupo. Válgame esta reflexión de todo a cien incluso a pesar de que los posteriores discos con Dio son mis favoritos con diferencia.
En fin, buenísimo disco y, para bien o para mal, único en la primera y principal época de Black Sabbath por su especial peso, porque parece apuntar más alto que el resto (incluidos los posteriores). No me inclino por ninguna canción en concreto porque se salen del mapa todas por igual, y además están divididas a su vez en lo que se puede definir sin empacho como pequeñas canciones, todas ellas geniales, encadenadas entre sí con una suavidad y un sentido de la estructura pasmosos. Sabotage es una especie de disco de consulta, atemporal, un “muro de carga del rock” para tener en la estantería y darle un repaso de vez en cuando, y es que ha envejecido tan bien que en realidad no ha envejecido (el contenido, porque el continente viene a ser como las cuevas de Altamira).
Fuente: Elportaldelmetal
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